Llegó con el 25 a la espalda y una trayectoria plagada de cesiones, quizás demasiadas curvas para un jugador que necesitaba estabilizar sus virtudes.
Lo logró en Nervión, sus vistosas cualidades germinaron en el Sánchez Pizjuán y su cosecha todavía hoy alimenta al sevillismo con recuerdos que nada, absolutamente nada, podrá borrar, recuerdos que profesan hacia Vincenzo Maresca la mayor de las admiraciones. Ayer, hoy y siempre.
Allá por el verano de 2005, cuando el Sevilla era un aspirante a todo que no había ganado nada, le preguntaron en rueda de prensa de su presentación si era especialista lanzando faltas. Maresca negó, no quiso aparentar más de lo que era ni atribuirse una habilidad de la que no gozaba, fue sincero como siempre, como cada día de los cuatro años en los que ha permanecido en Nervión. Caprichos del destino o no, Enzo Maresca no marcó jamás un golpe franco como jugador nervionense, tampoco lo necesitó. Con su talento, con su ingenio preciso y pausado para generar fútbol, se bastó para escribir con letras mayúsculas su nombre en la centenaria historia del Sevilla FC. Y esas letras son indelebles, por más que el tiempo pase y el olvido intente suplantar el presente por el ayer.
Se va Enzo Maresca al Olympiacos. El destino que imprime la fuerza del balón le aleja de Nervión. Pero Nervión no olvida ni puede olvidarle. Se va un héroe, aquel que en la 05/06 se disfrazó de mentalista e hizo carburar la máquina de fútbol que acabó descorchando ilusiones y grandeza en Eindhoven.
Se va aquel que marcó el penalti en el derbi de nueve contra once, aquel que se alió con la osadía para convertirse en rey del gol en la noche soñada por generaciones de hinchas, el que hizo el doblete mítico, el que embalsamó las llaves de los sueños nervionenses para abrir el pórtico de la gloria ese 10 de mayo, que le cataloga como mito por encima de futbolista y persona en el imaginario colectivo sevillista.
Se va aquel que en la eliminatoria de octavos ante el Shacktar se inventó un penalti clave en la ida, que también marcó, el mismo que en la vuelta de ese cruce metió al equipo en el camino de Glasgow cuando estaba descarrilado perdiendo 2-0. Se va uno de los que tiró del carro en la 07/08, cuando la plantilla estaba rota anímicamente, uno de los que dio un paso adelante y reclamó galones para levantar al gigante caido y hacerlo competir por la Champions hasta el final.
Todos esos méritos le han hecho grande y le han dado un nombre en el fútbol europeo. Pero llegó el adiós, un hasta siempre porque su figura, pese a los miles de kilómetros que hay entre Nervión y Atenas aún fulgura y fulgurará. En esta campaña bebió buenos tragos al principio, con partidazos como el del Sporting o el Espanyol en casa, pero en la segunda vuelta se le aguó el dulce vino. Dijo aquel que los ciclos empiezan y acaban. Acabó en el Sevilla la etapa del italiano, aunque es un final ficticio, porque su fútbol, su particular estilo de entender el juego -maestra fusión de calidad y picaresca con el balón en los pies, su reguero de éxitos,su carácter arrojadizo y valeroso o su respeto por el escudo que más veces ha lucido en su carrera profesional, le han hecho eterno.
Nunca antes de él tuvo un italiano el Sevilla FC y seguro que tras su marcha, o al menos casi seguro, no habrá uno que deje tanta huella. Enzo Maresca triunfará en Grecia como ha triunfado allá donde ha ido. El triunfo está guardado única y exclusivamente para los ganadores, para aquéllos que miran sin complejos hacia el cielo e intentan tocar las nubes. Maresca siempre fue uno de esos, usando de escalera para ascender su sincera entrega dentro y fuera de los terrenos de juego. Maresca lleva el éxito y el triunfo en sus botas, esas botas que tanto pisaron el césped del Sánchez Pizjuán, que tanta gloria dieron... Se van sus tacos, pero las marcas del italiano siguen ahí abajo, en el coso de Nervión, por mucho que se haya cambiado el césped este verano. Siguen y seguirán ahí. El Sevilla FC jamás le olvidará, porque no se puede olvidar a los héroes.
Texto: Juan Baeza, Sevilla FC
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